sábado, 17 de dezembro de 2011

Winfried Georg Maximiliam Sebald, El Peregrino Diletante

Roberto García Bonilla


A L. H. M.




El hombre
es un animal, envuelto
en luto profundo,
con un abrigo negro,
forrado de piel negra.

W.G. Sebald , Del natural


El 14 de diciembre de 2001 murió de manera intempestiva W. G. Sebald, en ese momento el escritor europeo más venerado en Estados Unidos; se le veía como sólido candidato al premio Nobel. Susan Sontag había escrito en 1998 que Sebald era el literato vivo más significativo en el mundo. Estamos ante una infame y abrupta ausencia; en el Süddeutsche-Zeitung se escribió: “Es increíble, a quién y cómo lo hemos perdido”.


Winfried Georg Maximiliam Sebal nació el 18 de mayo de 1944 en Wertach im Allgäu, un pueblo bávaro, entonces, de mil seiscientos habitantes, donde ahora residen unos dos mil novecientos, aunque la quinta parte de ellos sólo llega ahí durante los días de descanso. A pesar de la devastación de la naturaleza –este es uno de temas que permean sus historias, recuérdese Sobre la historia natural de la destrucción que reflexiona sobre los estragos que causó en Alemania, la Segunda Guerra mundial, además de la muerte de seiscientos mil civiles-, este lugar es de una limpidez silenciosa cubierta por una virginal frialdad, disfrutable al iniciarse el otoño. Para el visitante proveniente de una gran urbe, este es un paraíso que por instantes produce incomodidad; después de las ocho de la noche, la mansedumbre de sus calles es casi sepulcral, contrastante con la intensa vida citadina de Munich a unos 200 kilometros de distancia, y que se anuncia al entrar o salir de la estación central de trenes, tan majestuosa como la de la capital del país. Munich es la ciudad más habitada en Alemania después de Berlín y Hamburgo.


El austero erudito, segundo hijo de Gerog y Rose Sebald, vivió con su familia en la casa de Ulrich Seefelder, apenas unos meses, luego se mudaron muy cerca de ahí a la planta alta de la casa de huéspedes de Pepi Steinlehner. La primera construcción ahora es un sitio de taxis; la segunda, es una casa restaurada de dos aguas habitada por un matrimonio retirado. Su padre ingresó al Reichwehr en 1929 y estuvo en la Wehrmacht –regida por los nazis- con el grado de capitán; fue prisionero de guerra de los franceses hasta 1947. Un año después Max, como prefería que lo llamaran, se mudo con su familia a Sonthofen (Oberalgäu en Bavaria), donde su padre continuó su carrera miliciana en las fuerzas armadas de Alemania Occidental (Bundeswehr). El joven permaneció ahí con sus hermanas y su madre hasta 1963. Al padre sólo lo veían los fines de semana. El futuro académico, inició sus estudios de literatura en la Universidad de Friburgo (Sarine) en Suiza en 1964, y en la de Manchester donde se le nombró lector permanente en 1966; obtuvo el mismo puesto en East Anglia, cuatro años más tarde, donde alcanzó la titularidad de la cátedra de Literatura Europea. En esta institución fundó el British Centre for Literary Traslation y desarrolló una excepcional carrera como docente. Vinzent Watts, vice-rector de la Universidad declaró que él había sido uno de los expertos a seguir en literatura alemana en la Gran Bretaña, que de ahí había surgido la gloria del escritor. Contrajo matrimonio en 1967 y residió en Wymondham y en Poringland con su esposa Ute y si hija Anna.



Sebald encontró en Norwich el refugió idóneo para desarrollar una relevante trayectoria como profesor, investigador y escritor, desde ahí realizó innumerables viajes por Europa para documentar algunas de sus narraciones; de cualquier modo lo habría hecho: abordada trenes y aviones; conduce su automóvil o camina solitario, hasta la fatiga, días enteros para encontrar en ocasiones sin proponérselo hallazgos de lo cotidiano: edificaciones, cuadros de familia, placas vetustas, personajes sepultados por el olvido inexorable, por las modas y la codicia rapaz que en su marcha encubre la modernidad. Los pule y los engarza como restaurador de antigüedades; resplandecen ante la iluminación que se proyecta con gravedad mesurada. El coleccionismo vuelto poética. Sus narraciones están delineadas por una bruma evanescente; de contenida lamentación, vigorizada por un viajero -real y ficticio- obsesionado por la recuperación y significación de los detalles integrados a la historia social que testimonia existencias individuales. La geografía en sus textos sirve como cimiento y radar, además de acentuar el realismo de sus narraciones: “Siempre necesito saber dónde estoy y conocer cómo son en verdad los lugares que sólo conozco como nombres en el mapa”.


La primera novela del escritor bávaro se publicó cuando él lindaba los 46 años de edad: su obra abarca una decena de títulos, de los cuales por lo menos dos son póstumos en alemán, Sin contar (2003) y Campos Santo (2003). Su segunda novela, Los emigrados (1993), fue la primera traducida al español (1996); Vértigo (1990), la primera y se publicó en nuestro idioma el año del fallecimiento del escritor. El resto de su obra, ha ido apareciendo paulatinamente. Dejó dos libros de ensayos en los que lleva al papel su oficio como crítico literario. Pútrida patria. Ensayos sobre literatura (1991) en torno a escritores europeos, al mayoría de ellos cercanos a él afectivamente cuyas obras influenciaron sus propias concepciones, metodologías y modelos escriturales: Flaubert, Kafka, Schnitzler, Roth, Broch, Canetti; Kraus, Handke; Bernhard es una figura central en su formación. En algunos casos los propios escritores aparecen en sus narraciones, por ejemplo el filósofo Thomas Browne, así como Stendhal, Chateaubriand o Connrad. “La ficción contemporánea está dominada por el vacío de ideas”, llegó a decir, de ahí su admiración casi reverencial hacia Jorge Luis Borges. Del natural es un poema en prosa dividido en tres partes, respectivamente dedicas al pintor Matthias Grünewald , al botánico expedicionario G.W. Steller y el último texto es una plural intención de remembranzas; los hilos conductores que estimularon su sapiencia y estimularon sus pasiones por el mundo exterior: la naturaleza y sus criaturas, así como lugares predilectos, y extraños personajes que la memoria, los sueños y la fantasía reunieron, dejando sobre todo siluetas de atmósferas, aprehendidas por la historia que deviene en una suerte de “educación sentimental bien temperada”. Sin contar es casi un libro-objeto de miniaturas en prosa (“Sin contar queda la historia de las caras vueltas hacia otro lado”) con grabados del pintor Jan Peter Tripp que reproducen la mirada de más de treinta personajes significativos en la vida del escritor.



Martina Jeffery, encargada de la oficina de turismo de Wertach, cuenta que el autor de Pútrida patria se casó en la capilla de Krummensbach, el sitio más deslumbrante, en opinión de este redactor, a lo largo del sendero Sebald, creada por la comunidad de Wertach e inaugurada por estas fechas en 2004. El camino tiene una longitud de once kilómetros. El punto de partida está a poco más de un kilómetro de Oberjoch; la meta se encuentra en Wertach, a novecientos quince metros. El recorrido es arduo para un caminante citadino; a pesar de las señales y los letreros, desviarse por algún desfiladero en el bosque conduce, sin remedio, al extravío. Para llegar a Krummensbach, en los límites con la frontera austriaca, hay que cruzar la carretera y descender más de doscientos metros por un escarpado camino tapizado de ramas y hojarascas que las lluvias han arrancado a los árboles. Hacia la mitad de la travesía, uno encuentra el flujo del río Wertach. Ya en la planicie a los lejos se ve un gnomo blanco en medio del verde horizonte; semeja un velero perdido o un ave en medio del océano: es la pequeña capilla. Visiblemente remozada, se yergue impoluta y sugiere un refugio fantástico. Adentro, la claridad de los muros y las diminutas bancas de madera natural veteadas, contrastan con los cuadros de las estaciones del viacrucis; piedad y puerilidad; fe, ensueño y devoción festiva, se funden en estas imágenes retocadas y pudieron haber sido pintadas –observó Sebald- en el siglo XVIII; la capilla era tan pequeña, “que seguramente más de una docena de personas al mismo tiempo no habían podido cumplir con sus oficios divinos”. Agrega que después de treinta años de alejamiento volvió a su pueblo y, al pasar por la pradera de Krummenbach , “permanecí un buen rato bajo los últimos árboles, contemplando desde la oscuridad cuan maravillosamente cae la nieve gris blanquecina, con que mutismo el poco color macilento se diluía en los campos húmedos y abandonados” [y] “me senté unos minutos en el interior de aquel estuche amurallado. Fuera, por delante de una ventana diminuta, se deslizaban los copos de nieve, y pronto tuve la impresión de encontrarme viajando en una balsa”. Éstas líneas son parte de “Il ritorno in patria” ( Vértigo). Sebald describe los territorios de su infancia. La vida en el recuerdo y la ficción pactan una alianza y se embarcan en una narración crepuscular; alba y ocaso aspiran y exhalan el mismo ritmo anímico. El lugar más importante de la narración se llama “W.”; corresponde a la misma letra de su primer nombre que decidió omitir en las portadas de sus libros para alejar la presencia de su pasado inmediato.


Sola, a la orilla del bosque y a unos doscientos metros de las casas más próximas, la capilla es como un secreto talismán del escritor; uno de los límites en las caminatas de la infancia con su abuelo; ausculta los resquicios de la memoria individual e histórica. El novelista termina por esculpir, en la remembranza, una suerte del errancia edificada en la escritura.



Una tarde de noviembre de 1987, después de un viaje por Verona, el escritor regresa a Inglaterra “…no sin antes pasar por W. adonde no había vuelto desde niño […] Hacia más de treinta años que no había estado en W.” El tiempo transcurrido no había evitado que diversos sitios vinculados con su pueblo natal, aparecieran en sus sueños con reiteración. En el relato no impera la precisión cronológica; se deduce a través de conjeturas y detalles que Sebald regresó antes a Wertach, por ejemplo, si es cierta la declaración, regresó a casarse. Claro, él escritor anotó el trasunto: W. El capítulo final de la primera novela de Sebald, además de dar claves y referencias biográficas –que son menos directas de cuanto parece- es un ejemplo de la búsqueda de la memoria histórica y cotidiana; la anécdota infunde consistencia a los sujetos nombrados y singulariza el sentido a la presencia de objetos, las plantas, los animales; la sustantivación ilumina las cosas, incluso las resplandece. Las frases en el autor de Sin contar no recrean los espacios al describirlos; son reinvención desde un realismo cuya atmósfera, siempre es exacta en la intensificación de su gravedad al meditar sobre la fugacidad y las paradojas de la existencia. La memoria en la escritura sebaldiana se sostiene en el detalle de la minucia obsesivamente fraguada. En sus narraciones, la contemporaneidad es un impulso (el síntoma) que indaga en la memoria de colectividades. El pasado se actualiza cuando se le nombra con sus atributos más básicos, incluso si son rudimentarios (como parte de los finísimos artificios estilísticos). El escritor nos deja entrever momentos de su vida de manera fragmentaria; en la descripción de espacios familiares, casi siempre en el vaivén de algún nuevo itinerario, continua el recuento de pasajes de existencia propios o ajenos, cuyo parentesco él vincula con anécdotas de historia novelada; la escritura lo transporta por sinuosos y desconocidos rumbos que ante cada lector aparece entre pasajes y estaciones.


Es revelador que todas sus novelas comienzan narrando viajes que él mismo realizó. La única excepción parcial, como arriba se ha descrito, esVértigo cuya referencia autobiográfica explícita y extensa aparece en el último capítulo. En todos los casos, el azar, los viajes de estancias breves y las mudanzas, están presentes. El viajero va en pos de una revelación o intenta escapar de alguna tribulación, sólo para acumular peripecias que devendrán, registro y clasificación de múltiples saberes, apuntes de clases, crónicas, reportajes, en diarios novelados, microhistoria fragmentaria.


El tono ensayístico denota, asimismo, la preocupación de Sebald por las ideas; el discurso que lanza, sitúa y ordena las interrogantes ante el desmoronamiento de la cultura en todas sus acepciones. La añoranza, el desamparo ante los distintos desastres que padece el mundo contemporáneo, siempre están presentes en su escritura, sostenida por una honda racionalidad melancólica que muy probablemente heredó de la persona que más amó en su vida: Josef Egelhofer, su abuelo materno, quien durante veinte años fue el comisario de la policía en Wertach. Fue el personaje más entrañable en la vida del escritor; con él descubrió la naturaleza y el placer de caminante, recorrían juntos los bosques bávaros y le avistó huellas del Holocausto (laShoah) cuando asistía a la escuela de Oberstdorf. El escritor deja constancia del abuelo a lo largo de su obra; parece simbolizar la heroicidad en contraste con su padre de quien estuvo distante física y, sobre todo, afectivamente.


Antes de su muerte repentina, había concluido la investigación para una novela sobre la “educación sentimental” en Alemania durante el nazismo.


La tarde del viernes 14 de diciembre de 2001 -en Norfolk, Norwich- un camión de carga se estrelló contra el automóvil de Winfried Georg Maximiliam Sebal, en medio de la carretera, al este de Inglaterra, no lejos de las aguas del mar del Norte. Sobrevino un infarto que lo paralizó. La muerte llegó al instante. Su hija, quien lo acompañaba, sobrevivió.