sábado, 15 de fevereiro de 2014

Los frutos del azar

 
por
Joan Benavent
 
 
Julio Cortázar era un mestizo cultural, nacido en la Bélgica francófona y emigrado con cuatro primaveras a Buenos Aires. Es de esos ejemplares que echan raíces en la tierra de adopción sin abandonar jamás la tierra madre, a la que siempre se vuelve, sin volver del todo. El factor global me suena y cabe. Es una clave de la singularidad que desemboca en universalización, fabricando criaturas que somos de todas partes, y de ninguna en particular, aunque el sello austral despunte en el lenguaje oral y escrito merced a la conjunción migratoria, fundida a una prodigiosa y enrevesada peculiaridad argentina del passado.
 
Ser de todas partes puede ser virtud, si no abandonas las raíces que te unen a los territorios de nacimiento y formación, agregando, si eres escritor, artista o soldado de fortuna, aquellos más distantes, transitados desde lecturas, visionados y horizontes abiertos al conocimiento y la experimentación. Carlos Gardel era otro, de los mitos que fomenta esta mezcla "de musseta y Mimí" tan creativa. No abundaré en más detalles. Los símbolos nacionales, en cualquier territorio, suelen constituír el fruto internacional del árbol de la vida y sus azarosas circunstancias.
 
 
Referencia de la creación gráfica: revista Espéculo - UCM, España, no. 28


sexta-feira, 14 de fevereiro de 2014

La vida fugaz de las mariposas literarias


por
Joan Benavent

La publicidad no puede inventar un gran escritor. Organizará una criatura frankesteniana que venda. El apaño de marketing puede surtir efecto si el mercado que se busca espera esos mensajes. En Argentina, por ejemplo, nadie vendió más libros durante veinte años que Gustavo Martínez Zuviría, bajo el pseudónimo de Hugo Wast. Era un antisemita de extrema derecha muy influyente, adscrito a valores tradicionales, llegando a dirigir varios calendarios la Biblioteca Nacional. Hoy nadie recuerda a Hugo Wast, salvo los críticos literarios y algunos historiadores, sin que nadie se atreva a rescatar una prosa mediocre. Grande fue Borges, pero recién alcanzó la popularidad tras años de trabajo en suplementos de periódicos, con la promoción internacional que le llegó desde Sur, por la vía del francés Roger Caillois, uno de los amantes de Victoria Ocampo y devoto de sus escritores criollos.
 
Durante mi retorno a España y a lo largo de tres décadas, he observado unos cuantos sucesos editoriales. Algunos meritorios, sin duda alguna. Pero la gloria de su porción mayoritaria se ha desvanecido, o avanza en esa dirección. Cito a Terenci Moix, Almudena Grandes, Rosa Montero, Ruiz Zafón, Javier Cercas o Pérez Reverte, entre otros. A Javier Marías, de renglones tan emocionantes como el agua de Vichy, le auguro el olvido masivo a mediano plazo. Él y otros son como las mariposas, de vida breve y vaga estela, por más colores que desplieguen. La liviandad de los escritores/mariposa coincide con las mutaciones de su público. No llegan quedándose para siempre, porque no incorporan esa magia brillante de la originalidad y el cierto testimonio digital que los haría eternos en la memoria de generaciones. Esa es una condición universal que impone la convertibilidad perenne del talento. Y eso no hay publicidad que lo fabrique. Lo hacen la vida y la entrega personal, rompedora en todos los casos y, aunque no lo parezca (cito a Proust, Borges y Puig) apasionada. Es la que proyecta testimonios y vivencias singulares, que inspirarán a las generaciones, presentes y futuras, de gentes que escriban, o sepan leer.