por
Joan Benavent
Julio Cortázar era un mestizo cultural, nacido en la Bélgica francófona y emigrado con cuatro primaveras a Buenos Aires. Es de esos ejemplares que echan raíces en la tierra de adopción sin abandonar jamás la tierra madre, a la que siempre se vuelve, sin volver del todo. El factor global me suena y cabe. Es una clave de la singularidad que desemboca en universalización, fabricando criaturas que somos de todas partes, y de ninguna en particular, aunque el sello austral despunte en el lenguaje oral y escrito merced a la conjunción migratoria, fundida a una prodigiosa y enrevesada peculiaridad argentina del passado.
Ser de todas partes puede ser virtud, si no abandonas las raíces que te unen a los territorios de nacimiento y formación, agregando, si eres escritor, artista o soldado de fortuna, aquellos más distantes, transitados desde lecturas, visionados y horizontes abiertos al conocimiento y la experimentación. Carlos Gardel era otro, de los mitos que fomenta esta mezcla "de musseta y Mimí" tan creativa. No abundaré en más detalles. Los símbolos nacionales, en cualquier territorio, suelen constituír el fruto internacional del árbol de la vida y sus azarosas circunstancias.
Referencia de la creación gráfica: revista Espéculo - UCM, España, no. 28