domingo, 11 de maio de 2014

El Calor De Dos Inviernos, novela de Joan Benavent en ebook Kindle


Este es el libro favorito de mi mujer. Como mis restantes ebooks, María Aparecida lo corrigió y puso en página. La historia de la venganza individual de una masacre colectiva. Lo protagoniza Jean Louis Ferré, "El Gato" para los amigos y camaradas. Un anarquista vengador de los de antes, resuelto a hacer justicia en la Avellaneda de los años treinta, gobernada, como el resto del país de entonces, por tramposos, represores del pueblo llano y la clase obrera. Historia violenta, la he estructurado de forma creativa en materia de narración. Sus capítulos avanzan y retroceden sin dificultar la lectura. El presente es un racconto juvenil del personaje y su gran amor; jovencita secuestrada por "cafishios" y puesta a trabajar en un burdel del Once. Mi invariable labor documental refleja una instancia declinante del anarquismo revolucionario bajo los gobiernos dictatoriales de Uriburu y Justo, en la que mi heroe intenta reciclarse integrando el personal de una fábrica donde que las labores son duras y las pagas cercanas a la esclavitud. Así era la llamada Década Infame en la Argentina de la tercera década del siglo XX. (Joan Benavent)
 
EL CALOR DE DOS INVIERNOS
 
La memoria del tiempo: El primer gran amor

De vez en cuando “El Gato” se deslizaba por piringündines de la Isla Maciel. Solitario impenitente, se regalaba un buen jerez o algún copón de coñac mientras la vida desfilaba bulliciosa a su alrededor. Las meretrices más bellas del pago se le arrimaban para contarle sus penas. Algunas lo conmovían hasta el catre, y por lo general junto a ellas, retozaba como un salvaje potro de las Pampas. Amaba a los pobres y desamparados y le encantaban las putas. Desde principios de siglo Buenos Aires, y en espacial su casco céntrico, era un enclave mundial de la prostitución, seguido de la zona portuaria y la Isla Maciel, junto a las ciudades de la lindante Avellaneda y la más distante Rosario, capital provincia de Santa Fe. Muchas de estas mujeres provenían del Este de Europa. Otras de Francia y el interior del país.
 
“El Gato” las percibía carne mancillada de su alma y las respetaba como si fueran vestales. Muy jovencito las frecuentó desde la amistad, la fraterna lujuria y el calor humano, gracias su mentor, que las adoraba. Eran el resultado de abusos y desgracias en familias miserables provenientes de la inmigración poco afortunada -aunque algunas jóvenes ya entrenadas en el oficio tentaran suerte en América-, o la cruza criolla entre sangres no muy avenidas. Ellas a su vez lo querían como a un hermano o a un hijo al que se destina la lascivia del incesto más fogoso.
 
En ellas recordaba también a su primer gran amor: Deolinda María Luján. Santafecina y preciosa. Una chinita huérfana con muy mala suerte.
 
La conoció en aquél antro de mala muerte en la zona del Once, huyendo de los cosacos de coronel Falcón tras un tiroteo al asaltar ellos un conventillo desalojando a los pobres que lo habitaban. Y lo cautivó no más verla.
 
Era el mentado quilombo un refugio protegido por el comisario de la zona a cambio de algunos pesos y la barra libre de los botones con sus pupilas. El ambiente espeso se palpaba ni bien se trasponía el umbral luminoso. Adentro, mucho humo de cigarros, aromas de sudor y alcohol barato impregnaban la atmósfera.
 
Entre el personal había de todo. Se las podía rentar jóvenes, veteranas y hasta vejestorios, reservados para algún borracho o ciruja. Éstas costaban a peso la media hora. El ritmo laboral en esos antros obligaba a muchos servicios diarios por cabeza. Las más jóvenes envejecían  pavorosamente en unos pocos años.
 
“El Gato” no llegaba a cumplir los veinte entonces, y se prendó hasta las trancas de aquella morochita de unos dieciséis, con ojos negros muy grandes y una boca tentadora.
 
A veces una mirada, la sonrisa mutua o el roce piel con piel encienden las primeras luces de un encuentro hondamente procurado, sin saberlo ni tentarlo. Y se juntaron los tres elementos aquella noche.
 
Era el pimpollo del charco y la sacó a bailar. Antes -era inevitable cómo paso previo a lo que haría después- pactó precio y condiciones con los mafiosos de la barra. Dos tipos siniestros que andarían por la cincuentena; uno de ellos, luciendo espantoso ojo de vidrio esmerilado en su centro de iris rojo, era quien llevaba la voz cantante. El otro era un petiso mal entrazado de negra levita, patillas, bigote perfilado y gabán corto. El típico rufián de los suburbios.
 
Deolinda María Luján costaba cuatro pesos y él llevaba veinte, de manera que pagó un completo de tres horas por doce, bailando para intimar un poco antes de la cópula.
 
La modestísima orquesta la componía un trío de viejos músicos impedidos. Un guitarrista ciego, el pianista mudo, y el del bandoneón, con una pata de palo mal tallada que apenas tapaba el viejo pantalón de lona verde. Pero eran buenos en lo suyo y tras musicar un par de chamamés, arrancaron con una milonga hecha a medida para alguien como “El Gato”.
 
Tan flexible era y tan bien se le acoplaba la Deolinda María, que los demás bailarines ahuecaron el ala para observarlos volar sobre la pista en los cortes y quebradas.
 
Luego se encamaron en los altos durante dos horas largas y llenas de mutuo placer.
 
Fueron tres y monedas, pero emplearon la primera en conocerse.
 
Ella no se portó como una prostituta ni el como un cliente. Aquél encuentro era otra cosa. El de un amor naciente entre dos jóvenes. Ella. Golpeada por la vida desde temprano. Él resuelto a enfrentarla en cuerpo y espíritu.
 
A “El Gato”, formado en la lectura y los buenos modales, le importaban las emociones de la gente no su grado de cultura. Con invariable frecuencia las  meretrices lo conmovían desatando su instinto protector. Pero aquella era diferente. Tras el sórdido oficio vislumbró una sensibilidad especial, casi única, y quedó prisionero de su hechizo.
 
Fue mutuo el encantamiento y creció en el intercambio de cada caricia. Ella estaba como un queso y él no le hizo faltar de nada. Las mujeres lo despojaban de su dura coraza de guerrero, y esa chiquilina muy en especial. Ni bien la tuvo en sus brazos y se enredó en su cuerpo descubrió esa virginidad de alma.
 
-No hay otra virginidad.-se dijo.
 
Deolinda María lo cubrió de besos, ternura y pasión, como si fuera la primera vez que la montara un varón. Él, ya veterano, le arrancó una larga serie de orgasmos. Se disfrutaron tan a fondo esa noche, que la fórmula cóncava y convexa alcanzó casi la perfección del ballet.
 
Ahí mismo saltó la chispa que desbordó el sexo. A veces bastan instantes para que el amor se vuelva hoguera. En las tres horas fue cálido e inolvidable el fogón compartido, entre pasión y arrumacos.
 
Pese a su premisa de hierro resistiendo emparentarse con futuras viudas y los huérfanos de padre, resolvió quebrarla.
 
-Camino solo y me anda haciendo falta una pierna como vos. ¿Te vendrías conmigo a la pieza? A vivir, digo.-acotó él, mientras se vestían.
 
Él la había anoticiado sobre sus ideales y procederes, con los que ella, una víctima social, simpatizaba desde las primeras luces. Pero mandaba un inconveniente.
 
-No puedo. Los de abajo me compraron y tengo que servir.
 
Decía la verdad. Las prostitutas no figuraban en el contrato social. Eran objetos reducidos a una condición animal. Aunque quizá contara algo más…
 
-Será que no te gusto…- le dijo.
 
Se lo quedó mirando con la miel en los ojazos negros. Sí que le gustaba, y mucho.
 
“El Gato” joven era muy buen mozo. La cierta inocencia de los pocos abriles  aún no había dejado surcos en el rostro ni el cierto deje amargo que acompañaría la reciedumbre de la madurez. Pelo rubio cenizo, ojos verdes de penetrante brillo felino, una sonrisa de dientes blancos dispuestos en perfecta hilera y su aire peligroso. Ese metro ochenta y tantos de altura, delgada y fibrosa, remataba la pinta de molde europeo que gastaba Jean Louis Ferré.
 
Ella no dio importancia al Colt que cargaba la sobaquera, colgada de una silla, con el resto de sus pilchas y el largo abrigo negro haciendo juego con las botas de punta y media caña. Sabía que aquel mozo tan limpio, atractivo y viril era un hábil pistolero, y su traza de salteador romántico de causa social la atrajo más aún.
 
No andaba muy errada la Deolinda María. En aquél tiempo ya llevaba atracados seis bancos sin hechos de sangre, en nombre de la anarquía. En su temprana lista de difuntos cabían, claro está, algunos malandras, y cosacos perdidosos en duelos o balaceras.
 
Cubría su quijada inferior con un pañuelo de seda rojo y negro, aunque su figura era única. La característica de cualquier gran personalidad radica en la imposibilidad de perderla de vista entre la multitud.
 
Los empleados, el director, los parroquianos y hasta el vigilante de turno en cada atraco quedaban impresionados por aquel contundente mozo de gran presencia. Igual efecto causaba entre  gendarmes o malandras. Pero esa conmoción no hizo mella en los amos del burdel; demasiados bastos e ignorantes quizá, para apreciar refinamientos a la hora de ajustar cuentas.
 
-Bueno. Les preguntaré a esos dos cuánto valés.-le dijo al bajar con ella las escaleras.
 
Deolinda María lo detuvo un instante, y con un mohín de coquetería, preguntó.
 
-¿Cuánto crees qué valgo?
 
La miró como si leyera un poema de Bécquer, y dijo.
 
-No hay con qué comprarte, prenda.
 
Ella lo besó en los labios con pasión. Luego acotó:
 
-Tené cuidado. Son mala gente.
 
-No soy un ángel.- respondió, palpando la sobaquera bajo el abrigo.
 
“El Gato” sabía que para sus macarras tenía precio, y no quería armar jaleo…-Mil mangos al contado y te la llevás. -le sonrió con malevolencia el tuerto, apoyando los codos sobre el mostrador de estaño, mientras el socio relojeaba la escena con la chaqueta abierta, dejando ver un lustroso Rémington.
 
-Es mucha plata…
 
-Poca para tanta concha, pibe. Vale lo que larga la pendeja. Polvitos que son como pepitas de oro.-aseguró el tuerto.
 
“El Gato” relampagueó a los socios de arriba abajo con tal furia en los ojos, que el petiso llevó la mano al fierro.
 
-Tranquilo, Pepe, la Deolinda María los vuelve locos. Con éste no pasa nada. Es un buen muchacho…
 
El tuerto no tenía ni idea de quién era “El Gato”. De saberlo otro gallo cantaría. Y por el momento, todo quedó allí.
 
-Dijo mil…- repuso “el buen muchacho” tras despedirse de la Deolinda María, dejando veinte pesos sobre el mostrador, con la condición que la chica no trabajara el resto de la velada.
 
-Descuide, mozo, somos hombres de palabra.- masculló el tuerto con sorna, abriéndole el párpado al falso ojo de centro rojizo.
 
-Más vale que sea cierto…-murmuró “El Gato”, saludando a las damas presentes con un breve toque en el ala del sombrero mientras abandonaba pisando fuerte el  piringündín.
 
En la mañana, muy temprano, otra sucursal bancaria padeció una nueva expropiación. El salteador se alzó un buen paco, reservándose dos mil pesos de los diez mil que embolsó, entregados una hora más tarde en local clandestino de la FORA anarquista. Por lo general, el expropiador solitario se quedaba con el diez por ciento, para ir tirando. Igualmente, prometió restituir a la organización lo que había retenido. Por honestidad más que probada y sus abultadas contribuciones, a “El Gato” se le respetaba esa independencia, tan alejada de la concepción militante y el trabajo en equipo.
 
Era un individualista absoluto. Temido afuera y respetado adentro.
 
En la víspera, tras echar una larga cabezada volvió a pisar el antro. La Deolinda María estaba con un cliente en los altos, y como condición para negociar la compraventa, exigió que bajase enseguida, contra el pago de la media hora por cancelar la cópula con el fulano.
 
Los malandras aceptaron cuando vieron el fajo de billetes arrollado con una gomita que el joven rascaba intencionadamente contra su barba de dos días.
 
No tardó la muchacha en bajar alborozada, con un ventrudo parroquiano en calzones y a medio vestir, rodando atrás por las escaleras. Pero aquello sonaba inusual para la clientela y el personal. Por consiguiente la orquesta canceló la melodía, y en el burdel se hizo un silencio expectante.
 
Más que una transacción, se aguardaba alguna transición. Quizá tres, o más bien dos, pensaron los más avezados en reyertas, calibrando la pinta del comprador. De aquel misterioso joven impresionaba sobre todo su mirada, penetrante en ocasiones como el filo de una navaja.
 
Y ése era el momento que la ponía a punto.
 
No muy perspicaz, el tuerto desnudó la amarillenta sonrisa sirviendo tres copas de coñá. Una era invitación de la casa. Pero los socios no bebieron una gota tras el consabido “¡Salud!”. Tampoco un convidado que derramó el contenido de la suya sobre el estaño con el dorso de la diestra, mirándolos fijo y sin pestañear.  Sin duda los sátrapas habían echado mano de la botella que dedicaban a “primos” que narcotizaban, para luego esquilmarlos, pasándolos con frecuencia a mejor vida en complicidad con el comisario, si al despertar ponían pegas.
 
-Ando mal de tiempo, jamás bebo con desconocidos y menos a la hora de negociar. Acá están los mil requeridos.- señaló en voz muy baja “El Gato”, poniéndolos sobre el mostrador.
 
El tuerto se metió un palillo entre los dientes amarillos y lo mascó un par de segundos sin tocar los billetes.
 
-Ayer dije mil.  Pero hoy es otro día. Habrá que sumarles cien por la plata que perdemos el fin de semana y novecientos más por quitarnos la mejor puta del Once.-repuso, deslizando una de las manazas engrasadas bajo el mostrador, mientras el petiso volvía a tantear la cacha del Rémington con la diestra.
 
-En total son dos mil. Mocito. Lo toma o la deja.-insistió arrogante el tuerto- Es lo que yo llamo un doblete.
 
Estaban controlándole el suspiro para arrancarle el último a balazos, alzándose con el fajo, dedujo “El Gato”.
 
Su poder de cálculo estableció los pocos segundos que mediaban entre la vida y la muerte de tres piezas en el tablero. Dos, o una. Y debían ser forzosamente ellos, no él.
 
Los macarras echarían mano a sus fierros. Él al suyo. Igual que en las cintas mudas de “Bronco Billy” Anderson. Un duelo del Oeste en el Once porteño.
 
La mayor velocidad de reflejos ganaría la partida.
 
Entonces la Deolinda María, que seguía cada segundo la escena junando a su galán con mucho amor, y el ojo atento ante cualquier trapisonda de sus macarras, cogió de improviso la botella de vino de una mesa, arrojándola contra la testa del tuerto, mientras “El Gato” pelaba con la rapidez del rayo su Colt apuntando al petiso, quien a su vez desenfundaba el Rémington. Certero botellazo el de Deolinda María, impactó la nariz del blanco, aplastándosela, al tiempo que dos simultáneas balas del Colt se incrustaban en el pecho de uno -desprendiéndole el fierro de entre los dedos-, y la garganta del atontado por la botella.
 Ambos se desplomaron casi al unísono en sangre, respirando aún las últimas bocanadas de aire mezcladas con vómitos purulentos.
 
-¡Hijo… de puta!- alcanzó a farfullar el secuaz del tuerto antes de diñarla.
 
-Ya tienen servido el doblete que buscaban.-señaló “El Gato”, soplando el caño humeante del Colt, tras escupir sobre el petiso.
 
De pronto, un inesperado bramido provino del terceto orquestal. Con un rifle de caño recortado resbalándole en las manos y el cogote segado por un navajazo, el músico de la pata de palo que tan bien lo camuflaba entre la madera y la lona, cayó de bruces, pateando por reflejo el bandoneón.
 
Una puta vieja y mal pintada, aunque menos vencida de lo esperado había ajusticiado por la espalda al socio oculto; el tercero y más taimado.
 
Ella, de ojos algo velados por la fatiga, se acercó a “El Gato” y le dijo:
 
-Era el jefe de los otros dos, avaro, prestamista y responsable de emputecerme hace años, cuando era joven y lozana como la piba que te llevás. Este mierda y yo teníamos una larga cuenta pendiente.- aseguró la mujer con orgullo.
 
Acostumbrado a aceptar sin pestañear la verdad de muchas apariencias, el anarquista separó quinientos pesos y agradecido se los extendió. De no ser por la desdichada veterana sería el tercer cadáver, no el otro. Mientras, la Deolinda María se aferraba emocionada de su brazo justiciero.
 
-Buena puntería tiene mi prenda. En la esperanza de que nunca practique conmigo me la llevo, no sin que antes la guitarra y el piano de los maestros nos borden cierto vals de Verdi. - dijo “El Gato”, metiendo un billete de cien entre las cuerdas de la viola.
 
-¿Lo conocen, verdad?
 
-Acá cómo nos ve, somos profesores de solfeo graduados en el Liceo.- balbució el cieguito-Hemos acompañado a Carlitos Gardel  y La Ñata Gaucha más de una vez.
 
Dicho esto “El gato” ciñó a su moza por el talle y extendiendo la otra mano hacia la suya, más pequeña, tomó la delantera en los compases del vals, ejecutado con  especial suavidad y tacto en el piano y la viola.
 
Esa melodía fue la del organito de su protector. Con ella creció y se hizo adulto pateando las calles. Y ahora acompasaba el mágico vaivén de su primer gran amor.
 
Bailaba como un príncipe en los salones de Versalles y ella, acoplada a él, le emparejaba en figura y estilo.
 
El poder y la magia del amor trasforma a las personas, reflejando lo mejor de sí mismas. También contagia.
 
Los parroquianos, hombres curtidos, guardaban el más estricto silencio, mientras las conmovidas putas lloraban contritas, moqueando a mares sobre sus pañuelitos de algodón.
 
En el feliz destino de la chiquilina de dieciséis primaveras reflejaban ansias que jamás llegarían a cumplirse. Que por ejemplo, un hombre de verdad, joven, guapo y con un par de cojones como aquél las arrancase de esa vida miserable, a la que otros varones menos buenos y honestos las habían condenado. O tal vez que, quién demonios fuera las amase un poco, lejos del coito vergonzante, realizado entre sudores rancios y olor a permanganato, con tal de comer caliente bajo un techo. Aunque después pusieran el cazo de la yerba mate secándose al sol, aguardando otra noche de pesadilla en la casa de los dolores…
 
Las putas seguirían emocionadas hasta las primeras luces del amanecer en honor de aquel rescate lleno de guapeza, vecino ya al inmediato adiós de los enamorados, luego de invitar “El Gato” a que los presentes brindasen por ellos.
 
Y mientras los tres fiambres se desangraban a chorros; uno contra el estaño del mostrador, el otro sobre las frías baldosas de la pista bailable y el póstumo en un rincón de la tarima de los músicos -sin que nadie se tomara el trabajo de avisar a los aguafiestas de la Policía-, los allí presentes les desearon buenaventura por primera y última vez.
 
Con los años varios recordarían aquel incidente, que abonó la leyenda de un personaje extraordinario y misterioso, al rescate de una florcilla atrapada en el fango.
 
-¡¡¡Viva la anarquía!!!- gritó a viva voz el joven de entonces alzando el puño, antes de subir con su prenda a una calesa, que no demoró en recibir las luces bautismales del nuevo día… 



sábado, 10 de maio de 2014

El Sueño de Babilonia, novela de Joan Benavent en ebook Kindle

 
Fragmento de El Sueño de Babilonia, mi libro inicial sobre el "Detective en Hollywood". Aquí podrán ver lo que diferencia a Floyd Sinclair de Philip Marlowe o Sam Spade. La época es la misma. Mi estilo, arrimado a Dashiell Hammet , mucho más que a Chandler. También lo separan de Spade la mayor cultura y refinamiento. Floyd se investiga a sí mismo mientras resuelve crímenes e injusticias, siempre... vinculadas a debilidades humanas e ideas xenófobas o/y totalitarias. (Joan Benavent)
 
 
 
Estelita Torres es un cielo de niña; hermosa como todas las mexicanas. Hija de unos braceros de Puebla establecidos en Santa Barbara, estudia medicina, goza de un buen sueldo y permanece atenta a mis instrucciones.
 
Le llevó un par de jornadas reunir apuntes de cada gallo peleón. Algunos eran del ambiente, otros no. Varios habían diñado. En sus comienzos artísticos la víctima conquistó a hombres maduros, poderosos e influyentes. Hizo pasta y la gastó a espuertas en los Años Locos; por ende su mansión estaba hipotecada, con atrasos pendientes de ejecución y el embargo de tres coches de lujo, matriculados diez calendarios antes.
 
Se mencionaba una hija habida en su primer matrimonio, en custodia paterna decretada en su momento por la justicia. No había herencia contable o seguros de vida, ni testó, en vista del panorama. El contrato con Rex la salvaría de la ruina inmediata de funcionar el filme, a más de agregarle las palmas de manos y pies sobre el cemento fresco de Sidney Grauman en las aceras del Teatro Chino.
 
Mientras Estelita disfrutaba de sus veinte años trabajando concienzudamente resolví visitar a Roy Alexander en la prisión estadual, no sin antes pasar un buen rato con la atractiva Fiscal de Los Angeles en el “Brown Derby”; territorio de los filetes supremos.
 
Ella mordió con dientes carnívoros el suyo sin quitarme los ojos de encima. Lucille Benvenuto era una mujer joven aún y bella, con mucho temperamento. Fue el que la llevo a desempeñar un puesto reservado a los hombres.
 
-No he inculpado al tipo ese. Pero el juez halló pruebas suficientes para encausarlo y yo hago cómo que las inspecciono. En realidad el pipiolo estaba allí cuando la policía y los bomberos aterrizaron.

-¿Por qué iba a matarla? De hecho el vínculo con ella favorecía su carrera.

-El psiquíatra manifestó que odiaba a su madre, culpándola del alcoholismo del padre cuando le dejó tirado junto a él, que era un niño.
 
Eso era un Freud de dos céntimos. Ella intentó subir la cotización.
 
-Vivió un año con la dueña madura de una academia de baile hasta que dicen, se hartó de él y lo echó de su casa.

-Ella no fue asesinada. ¿Y qué más?

-Tenía libre acceso a la mansión de Lillian Knight, El victimario entró por la puerta abierta, sin forzar ninguna ventana ni acceso. Te recuerdo que el astro en ciernes usó una llave, no un escarbadientes, querido.

-Podía haber huido tras ultimarla supuestamente, y desistió.

-Le cayeron encima. Ardiendo las puertas de servicio y los ventanales traseros era imposible hacerse humo sin convertirse en cenizas.

-Alguien les avisó.

-Fueron los vecinos. Una parte de la mansión era pasto de las llamas.

-¿Y crees qué fue tan estúpido para negarlo tras hacerlo?

-Cuesta creerlo.

-¿Entonces?

-Vale; el supuesto asesino pudo prenderle fuego para dejar al otro pagando. En cambio, el resto encaja con su culpabilidad. Esos mismos vecinos, que habían registrado otras incursiones del amante le vieron salir corriendo de la casa. No pudo fugar, desde luego.
 
Ella deslizó la lengua con picardía sobre la perfecta hilera de sus dientes.
 
-Oye, cariño, por el interés que pones en librarlo de una condena parece familiar tuyo.
 
Una familia es algo que jamás pude organizar desde un lejano divorcio; el que inauguró mi larga soltería. Mi ex vive en Brasil con un magnate de la prensa.

El marido de Benvenuto es el venerable Cordell Hamilton-Hurst, aristócrata de New Orleans y senador de Washington. No tienen hijos y conviven bastante poco. Gracias a su influencia esa morena de treinta flamantes años y tan buen ver demostró de lo que era capaz como Fiscal de Distrito.

Es inteligente y se transforma en una gata salvaje cuando encuentra un culpable que lo propicia. Hoy por hoy es una de mis dos amantes fijas.

Nos cruzamos por primera vez en los juzgados. Yo había librado de un cargo de asesinato a mi cliente de entonces hallando al verdadero culpable, y lo estaban juzgando. Su alegato acusatorio fue impecable ante el jurado, para desgracia del reo. Me impresionaron su carácter y extraordinaria belleza.

A veces las mejores actrices no están en el cine.

La judicatura tampoco es pródiga en beldades. Sus funcionarias parecen monjas a punto de ser violadas. En cambio Lucille era el paradigma del desenfado. El rostro atractivo y peninsular, integrando un continente perfecto. Me lo imaginé en lencería, quedándome corto.

Ella fue quien me sedujo. Y al finalizar el juicio aquél perdí buena parte del mío.

En la cama, esta descendiente de italianos me enciende cada vez que nos trenzamos.

Su piso de consorte ausente en la zona de Brentwood, cercana a Mulholland Drive, es el duodécimo escenario de nuestro intenso acuerdo, celebrado en julio. Había matrimoniado con el profesor de leyes en la universidad, treinta y cinco años mayor. Su fórmula, plenamente freudiana, vino a resultar una mezcla entre el compromiso con un hombre que podría ser su padre y el temor a los demás.

Pero conmigo se desinhibe y disfruta. Y yo con ella. La fiscal es un espectáculo de pasión y temperamento…
 
-¡¡Ah, qué gusto Floyd Sinclair, dame más; quiero más!!¡¡Jódeme, por Dios!!

Cuando retozamos vocifera mi bautismo completo, clamando al cielo. Su cuerpo cálido de curvas tentadoras moviliza mi exploración a fondo. Echar un polvo con ella es “boccato di cardinale”. Aquí el deseo arrincona al amor, cediéndole algún suspiro.

Sin buscarlo, me lo suelta todo consumiendo ambos el par de cigarrillos posterior, entre las sábanas y los pocos vatios del velador.
 
-Se lo confesé y lo entendió.-me dice.

-¡¿Confesaste qué, y a quién?!
 
Se refería al senador. No me cogió el pasmo. Hace tiempo que nada me sorprende.
 
-¿Sabe quién soy?

-No, desde luego. Pero yo sí lo sé; y muy bien- dice acariciando mi sexo en reposo.

-Representáis lo que se llama un matrimonio liberal. Como muchos en la villa…
 
Abarrotaban los alrededores. Parejas blancas, negras, rosadas, y con alarmante frecuencia, desparejas. Los códigos sexuales y maritales del ambiente no tienen mucho que ver con la sociedad que lo glorifica. Pero es intenso y bastante desinhibido. Una especie de frenético cable a tierra para el vecindario.
 
-¿A cuántas famosas te has tirado?-, pregunta la Fiscal.

-Menos de las que supones. Viven para ellas y de vez en cuándo te conceden sus favores si les haces la pelota. No es lo mío.

-Dicen que en los últimos tiempos, follaste a Carole Lombard, Billie Dove, Jean Harlow, Dolores del Río y Ginger Rogers. Incluso se comenta que la última celebró el coito vistiendo las monedas que luce semidesnuda en “Gold Diggers 1933”, cantándote “We´re In The Money”. Lo último, mientras te encamabas en simultáneo conmigo y la otra pelirroja del Casino.

-Maggie Gilligan es soltera. Dolores y Ginger mujeres casadas.

-También yo.

-Es diferente.

-No para un varón de tu especie, y son comentarios fiables. Te lo dice una fiscal.
 
La oteo de reojo y pego la última calada del pitillo de rigor, echando despacio el humo, mientras mi Venus funcionarial inicia una sesión de psicoanálisis.
 
-Eres un cabronazo que fisgonea en la vida de los demás para no pensar en la suya, ¿cierto?

-Quizá.

-Es loable porque defiendes la Ley y a los débiles contra los que abusan de su fortaleza. En ese campo de batalla buscas culpables y los encuentras siempre, contra la opinión de otros que se quedan con las apariencias. Ahora te propones ayudar al chaval de Oregón por cuenta de Rex Gentry, lo sé, y de paso echar el guante al verdadero asesino de la Knight, a quién él apreciaba. De eso vives, pero a mí no me engañas…

-Procuro engañar lo menos posible a la gente, y nada a mí mismo.

-Hay algo más que ocultas tras esa hermética y gentil apariencia, querido. En estos asuntos pones algunos gramos del corazón…

-¿Y tú, a quién aprecias y respetas, a más del Código Penal, las leyes federales y la Constitución de los Estados Unidos?

-A mi marido le estimo. Es un respetable valor.

-Conmigo entre las piernas no brilla en lo alto.
 
Dialogaba con ella encima envainado en su cuerpo, entre algunos quejidos y suspiros. Entonces me descabalga suavemente y prosigue confesando los interiores de su pecado.
 
-Con él no hay sexo hace tiempo. Le quitaron un tumor de los genitales a poco de casarnos. De eso hace ya tres años.

-Entiendo. Para el hombre no hay recambio. Vengo a ser un sustituto algo más joven y mejor equipado.

-Tu ardor de atleta amoroso en esta cama prueba que el mejor de todos. Me has desfogado a mitad de año. Te seré franca, en mi adolescencia fui más golfa de lo que puedas imaginar; en cambio, una vez casada no hubo otro hombre hasta que te conocí. Había echado esta segunda porción de mi juventud al canasto. Y ahora disfruto la que me queda con un extraño ejemplar.

El sabueso de alquiler al que no le gusta el béisbol, no apuesta a las carreras ni es exactamente un mujeriego, pese a la buena pinta y las chaquetas de tweed, gastando proverbial elegancia. Los detectives privados son generalmente bastos, borrachos y puteros…
 
Mi relativo éxito marcaba la diferencia.
 
-Adoro a Beethoven, Mozart, Chopin y Scarlatti; entre unos cien más.¿Tú no?
 
-Quizá Verdi. Lo escuchaban en casa. Aunque mucho más Louis Armstrong y Scott Joplin. Soy de New Orleans, cariño. De lejos eres más culto que yo. Sólo me gradué en Leyes. En cambio a ti te place leer excelentes libros y visionar películas de calidad, agregando interés por el arte y la política, con una decidida manía de fisgonear en las gentes. Esto último es problemático. Pero sin duda lo experimentas a diario.

-Un hombre sin problemas es una pizarra vacía…

-¿Ves?, eso es lo que más me gusta de ti, aparte de esto otro- dijo acariciándome los genitales con suavidad, para agregar -Tienes asfalto, universidad, campos de batalla, y los empleas muy bien, Floyd. Por todo eso, además de ser tan bueno en la cama como resolviendo asesinatos, me has cautivado.

-Resolví otros asuntos menores.

-Lo sé, una funcionaria responsable en mi lugar revisa muchos historiales. Ahora en tu foja romántica de aristócrata intelectual y sabueso de ocasión, figura enamorada Lucille Benvenuto.
 
Nunca me lo dijo. Y a pesar de que empleó un tono ligero, no sé si celebrarlo o ponerme los pantalones y salir corriendo.

Pero allí permanezco, mientras vuelve a asaltar mi cuerpo y empieza a besarme despacio, empalmándome como si fuera “Rex”, el potro maravilloso de los seriales en episodios...
 
Antes de despedirnos sobre la madrugada y ultimando un buen desayuno, me dice:
 
-Este crimen paralizó una cinta en marcha y otra presupuestada por la “Amazing”. Es la comidilla de Hollywood y le tiene preocupado al gilipollas de Will Hays, el censor. Nos vimos el otro día en los juzgados, y cuándo me preguntó qué opinaba, le dije: “La vida es así; aquí y en todas partes.”

-Buena chica…

-Consideras que hay gente interesada en arruinar a Gentry, ¿verdad?
 
Salvando al singularísimo Samuel Goldwyn, autor de frases imposibles y aceptables películas, ningún otro productor independiente pintaba tan promisorio pese a su relativa pequeñez. Incluso algunas grandes compañías, como la “Paramount”, “Fox Films”, “Universal” y “Warner Brothers”, con buenos productores en nómina documentaban pérdidas o ganancias insuficientes; excepto “MGM”, que poseía el aras estelar más taquillero. Probablemente fuera Rex Gentry el único productor no judío de la indústria.
 
-No será judío pero es bien de izquierdas. Más que tú. Y eso no le da buena prensa, salvando al “Daily Worker” o “New Masses.”
 
Era un comentario levemente antisemita y de derechas.
 
-¿Te incordian los judíos y los comunistas, nena?
 
Negó despreocupadamente con la cabeza, evitando mi mirada.
 
-Quizá busquen arruinar a mi amigo, entre otras razones por esa última…-, dije al engullir discretamente mi póstumo donut, agregando -…El asesino se anticipó a Alexander en minutos. No pudo ser otro visitante, porque ella era muy rigurosa con su agenda. Quería que la follase el chico de Oregón. Era una fiesta muy privada, así que quizá el otro se disfrazó, camuflándose con una máscara o careta que le cubría el rostro. Lillian estaba ansiosa por recibirlo y probablemente le aguardase apostada en el ventanal que da al exterior. El inculpado declaró a la policía que le habían robado de su piso la cimitarra, que era parte del disfraz y casi partió en dos a la víctima. En cualquier caso, la mascota teñida de rosa conocía al culpable, pues bomberos y polis la hallaron moviendo el rabo tan campante.
 
Entre las sábanas y en medio de magreos crecientes todo le parecía espléndido a la Fiscal. Antes de presentarse este caso el sexo era el mayor atractivo. Sin embargo, mientras comentaba los hechos, advertí en ella leves signos de inquietud. Al menos, hasta que de repente cambió el gesto.
 
-Muy bien, no es descabellado. Puedo ofrecerte una semana para que reúnas atenuantes si los hubiera, o encuentres al tapado, que viene a ser más o menos lo mismo. Siempre que la poli y el Teniente Romeo Brown no sumen más pruebas en contra del chaval, o te ganen de mano. Conociéndote dudo; aunque te llevan ventaja. Apuesto incluso a que descubres quien está detrás de todo esto de ser cierta la conspiración contra Gentry.
 
Aclarado el punto me besó apasionadamente aferrándome por los pelos. Todo hay que decirlo, en su nutrido árbol genealógico predominaban los calabreses.
 
Habiendo verificado con Estelita los llamados, visitas y conexos, e impartiéndole un organigrama para la semana entrante, me fui a roncar un poco a mi piso, pequeño, abarrotado de libros y discos vecino a “Los Jardines de Alá”. El complejo de duplex tan monos que alquila desde el retiro Alla Nazimova, célebre “Dama de las camelias” de Rodolfo Valentino y superdiva kirsch, que en su momento de gloria llegó a ganar 13.000 semanales y ahora vive de eso.